Lidia subió al remodelado desván todo rehecho de madera con sus grandes ventanales. Se acercó al que daba al oeste para ver como el sol iniciaba la curva descendente, adelantando lo que pronto sería una nueva derrota con la llegada de la noche. Así se sentía ella, como esa luz que desciende, que se apaga poco a poco mientras se acerca irremisiblemente a la oscuridad de la noche.

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Mario se recuperaba de los golpes recibidos en la oscuridad con la espalda apoyada en un árbol cercano a la ribera del río con la música y la algarabía de la fiesta como telón de fondo. Junto al sabor de la derrota y la decepción, en la boca sintió el sabor de la sangre. Además se tocó la cara para comprobar que tenía un corte a la altura de la ceja derecha. Había sangrado, pero parece que no demasiado y ya se había cortado la hemorragia.

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Esa mañana, Lidia tuvo que salir al pueblo a comprar comida para las gallinas y aprovechó para pasar por el supermercado. No tenía claro si Ander comería con ella o no, pero por si acaso, se decidió a preparar algo especial para dos. ¿Carne o pescado? ¿Qué le gustará más? Lidia comenzó a sentir los nervios de una enamorada sin experiencia en su primera cita, cuando ni siquiera sabía si se produciría. Compró un par de doradas, unos langostinos frescos y dos filetes de lomo bajo de ternera blanca, para pensarlo por el camino.

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Mario estaba encendido y lleno de rabia. Había escuchado los insultos hacia Rosa en la boca de Miguel, a quien consideraba uno de sus mejores amigos y no entendía el por qué. Además estaban las risas cómplices, esas rosas cobardes que marcan el seguidismo al líder. Así que cuando irrumpió en la escena, se fue directamente a Miguel con la intención de pedirle explicaciones. Éste se apartó con la chulería que le caracterizaba

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Entre la rabia, la angustia, la imposibilidad de hablar con Rosa, la tensión con Miguel y la compañía de sus amigos, llegó la fiesta del fin del verano. Mario sabía que era su última oportunidad para hablar con Rosa y obtener respuestas. El seguía desconcertado, había sido difícil ocultarle lo que sentía a sus padres, que habían llegado al pueblo ese fin de semana precisamente para llevarse a Mario a la ciudad. Sin embargo parece que la abuela lo sabía.

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El temido final de verano estaba cerca. Los días para volver a la ciudad y las clases se contaban con los dedos de la mano. Los tres meses de vacaciones se había esfumado en un instante como el humo de una hoguera después de echarle un balde de agua. Así se sentía Mario, perdido después de disfrutar del calor de la hoguera, de una hoguera tan intensa por primera vez y después de recibir un jarro de agua fría que le hacía tiritar. Tenía que ver a Rosa, tenía que hablar con ella, esto no podía quedar así. (más…)


Esa misma tarde, nada más llegar de la playa, Lidia se dio una ducha rápida y se sentó delante del ordenador. Un camino parecía abrirse en su novela apenas arrancada y comenzó a escribir de manera casi febril durante varias horas. Anocheció, llegó la hora de la cena, pero siguió escribiendo. Una escritora sabía que había que aprovechar los momentos de lucidez, aquellos momentos en que las musas hacían su acto de presencia. Los folios en blanco de su ordenador comenzaron a cubrirse de letras negras que corrían por el documento de Word como pequeñas hormigas en su quehacer diario. (más…)


Lidia llevaba ya varias horas en la playa. Había comido el bocadillo y ahora reposaba adormilada sobre la toalla. Entonces se fijó en un grupo de 5 chavales que acababan de llegar a la playa y entre ellos un chico que apenas tendría 20 años, rubio, delgado y con un pendiente en su oreja izquierda. Sonreía sobre la toalla playera mientras buscaba su posición. Guapo, con las huellas de una reciente depilación y un bañador azul. Escucho que su nombre era Ander y que sin duda era el centro de atención del grupo.  (más…)


Mario y Rosa seguían en la habitación de las literas. Habían conseguido quedarse solos con la complicidad de sus amigos de la peña. Ambos estaban desnudos y excitados. Se abrazaron de nuevo disfrutando del contacto y la calidez de la piel suave, joven e inexperta. Se besaron varias veces, jugando con los labios y la lengua. Pronto entraron en juego también los dientes de Rosa con ligeros mordiscos en el labio y en el lóbulo de la oreja de Mario arrancándole un gemido de placer. (más…)


Mario se acercó a Rosa y le cogió ambas manos comenzado un ligero baile al son de una música que sonaba en su imaginación. Rosa seguía el ritmo y ambos se miraban con una sonrisa cómplice. Poco a poco, Mario acercó sus labios a los de Rosa. Fue un beso atropellado y un tanto torpe. Aún tenían mucho que entrenar para ser expertos. Se separaron, hicieron coincidir sus miradas y esta vez fue Rosa la que inició el movimiento hacia sus labios. El segundo beso fue más suave, más lento y también más dulce. (más…)