Miguel Angel Solá en el escenario es un espectáculo. No necesita nada más, ni decorados ni escenografía, tan sólo su voz, su presencia y su interpretación. Si además, está acompañado por Blanca Oteyza y el texto es bueno y toca lo más profundo del sentimiento, se unen los ingredientes necesarios para que “Por el placer de volver a verla” de Michel Tremblay se convierta en uno de los éxitos teatrales de la temporada en Madrid.
La obra nos cuenta las reflexiones de un escritor de teatro que recuerda momentos de la vida con su madre, sus enseñanzas o cuando le regañaba por esconder la cabeza debajo de una manta. Pero sobre todo la obra destila ternura, sensibilidad y amor, mucho amor por su madre, por la madre, por todas las madres del mundo. ¿Hay alguien que merezca más un homenaje que la madre de cada uno? Estuve viendo la obra con mi amigo Maxi, colaborador del programa de radio todos los viernes por la tarde y se pasó más de una hora sin dejar de llorar recordando momentos muy personales. Me atrevo a contarlo, porque él mismo lo escribió en su blog el pasado viernes. Yo, en cuanto salí del teatro tuve que llamar la mía.
Además es una reflexión que también homenajea al teatro a quién convierte en protagonista. “El teatro es hermoso, pero no sirve para arreglar la vida real” le recuerda la madre en un momento de la trama. La madre, con esa sabiduría infinita le aconseja sobre los avatares de la vida real. Pero al final sucumbe, ella también sueña con un escenario como alegre metáfora de una vida completa y es precisamente su hijo el que con la imaginación hace que ésta suba a las tablas. En la entrevista con Miguel Angel Solá, le trasladé esta cuestión y me respondió que en muchos sentidos el teatro también puede transformar la vida real porque da nuevos contenidos., da contenidos nuevos. Retornando a la obraNuestro autor, ya de joven sueña en teatro y en escribir.
Tanto el argentino Miguel Angel Solá, de familia de muchas generaciones de tradición actoral como la española Blanca Oteyza tienen un historial de buenos trabajos en cine, teatro y televisión. Los últimos años de unión profesional y personal nos dieron “El diario de Adán y Eva de Mark Twain” representada durante casi 10 en diversos escenario a ambos lados del Atlántico y con más de 1.500.000 espectadores. A Solá también le recordamos como guardia civil en las series de TV “Desaparecida” o “UCO”. Queremos que nos siga haciendo disfrutar del teatro. Montajes como este hacen valer el lema de nuestra idea de “Gente con Duende”. Sólo hay que girar la vista a la columna derecha del presente blog. “Sueña, deja volar la imaginación y sumérgete en el mundo del teatro y los espectáculos”.
Otros enlaces de interés:
Entrevista a Miguel Ángel Solá en Radio Enlace (15’58»)
Vídeo «por el placer de volver a verla» Youtube (4’17»)
abril 21, 2010 at 8:47 am
Sin ningún problema lo admito….lloré emocionado con una obra que me ha encantado. Recomendable y me atrevo a decir que imprescindible para todos aquellos que amen al TEATRO (así, con mayúsculas)
May 3, 2010 at 10:04 am
SIEMPRE SE VUELVE AL PRIMER AMOR
Existe en nuestras vidas un ser inolvidable al que siempre añoramos, un ser al que deseamos retornar y que nadie puede jamás equiparar. Ese otro inolvidable, nos enseña Freud, es la madre, nuestro primer objeto libidinal, nuestro primer gran amor. Pido disculpas por el uso de la jerga, pero a menudo así pensamos los psicoanalistas. Esta obra de teatro maravillosa, simple y compleja, nos invita a descubrirnos como padres y como hijos, porque en esta pieza volveremos a ser niños y llegaremos a adultos, y todo el tiempo vamos a darnos un chapuzón placentero en el océano de aquel primer gran amor que nos marcó, que nos hace ser quienes somos, que nos hace amar como amamos. En esta obra estupenda acompañamos a Miguel adulto, un hombre realizado en su profesión, y lo vemos metamorfosearse frente a nuestros ojos en el niño que una vez fue -un niño con toda la fuerza creadora, la rebeldía y la curiosidad irreverente y hasta insolente de la infancia, pero también con los elementos en potencia que lo harán un artista cuando mayor- y lo vemos desplegarse y madurar en la cotidianeidad, en el delicioso contrapunto doméstico con su madre, una mujer que a pesar de ser un personaje muy único -dramática, estrafalaria, y propensa a los extremos-, no sólo es la aliada solapada de su hijo, sino que encarna a todas las madres. Lo que es inigualable es que la interpretación que de Nana hace Blanca Oteyza, logra evocar -en su adorable singularidad- una amalgama de todas las madres posibles: las dramáticas y las sobrias, las expansivas y las reservadas, las soñadoras y las racionales. Nana, con todas sus idiosincrasias, convoca un retrato de una madre que es “la” madre. Los actores, con un talento magnífico, trascienden la caja del escenario y la expanden al tiempo que nos transforman apenas con un gesto, un cambio en la voz, una mirada, una respiración. Miguel Ángel Solá y Blanca Oteyza dilatan esa caja mágica al infinito con inteligencia y corazón. Cinco minutos dentro de la función y ya se disparan los recuerdos de nuestra propia historia. El triunfo de Por el placer de volver a verla radica en la habilidad con la que universalizan lo particular. Nos conmueven, nos hacen reír a carcajadas, nos despiertan recuerdos olvidados, nos emocionan y nos vuelven mejores personas, nos revigorizan, nos hacen sentir agradecidos y afortunados de haber rescatado del letargo de la apresurada vida diaria un poco de nuestra vapuleada sensibilidad. La actuación de ambos es magnífica, elocuente, renovadora. Y la función una celebración del buen teatro, y, al salir de él no somos los mismos que al ingresar; porque esta obra de teatro es generosa: nos enaltece. Una obra que placentera, llena de amor, que nos deja con ganas de volver. Como una buena madre que nos ayuda a ser lo que seremos. Asegúrese una butaca y volverá a verla.
Patricia Gherovici (Escritora. Catedrática. Psicóloga. Filadelfia. EEUU)
May 3, 2010 at 11:20 am
Mi última noche de teatro fue una salida muy divertida con mis hijos, ya adolescentes, en la que intenté colarles mi euforia por revivir lo vivido. “Hoy no me puedo levantar” ¡el musical! (todos son ¡el musical!, ja). Claro que, mientras mis hijos iban “entrando” en mi jurásico, yo iba dándome cuenta de que ese tiempo pasado bien pasado fue, y el eco que de él quedaba en mi corazón cabía en los amigos que me quedan vivos, mi mujer, una Vespa, y la nostalgia de ciertos chismes hoy prohibidos por consejo médico. De esto hará poco más de tres años, de Hoy no me puedo levantar ¡el musical!, digo. Desde entonces he logrado escabullirme bien que mejor del teatro. El jueves pasado acepté la invitación de uno de esos colegas de toda la vida que sigue a de la Fuente y lo que él dice va a misa(nuestras mujeres se habían confabulado ya), sin saber de qué iba la función (noventa minutos, según Chema, sabedor de que “lo bueno, si breve, dos veces bueno”), y luego, ¡a Casa Paco! Poco espiritual, pensaréis, pero, la verdad sea dicha: no soy muy de teatro. Sin más pensamiento que el lechal y las risas y el cotilleo intrascendente sobre ésta nuestra España con problemillas, entré en el mundo de la farándula dispuesto a exponerme a uno que otro ronquido. Pero no… Dice la canción: “la vida te da sorpresas”… Yo no sabía que de esto se trataba el teatro. ¡Qué bien, joder! Salí de esa función con una paz y una alegría interna que hacía mucho no sentía; y lleno, repleto de una historia casi sepultada, incapaz de hurgar ni para bien ni para mal, llena de recuerdos primeros, segundos y siguientes que quedaron sembrados en mi tierra más profunda a la espera de una buena lluvia. ¡Y llovió el jueves! ¡Y cómo! Y en un rato, fui espiga, solté grano, me hice harina y levadura de esos panaderos argentinos que no dejaron de amasarme por arriba y por abajo hasta convertirme en pan de teatro.
Esta gente, tiene que ser, por lo vivido allí, buena gente. Interpretar así, vivir así esos personajes que no son su propia vida, no puede lograrse a menos que sean buena gente. Y, además de tener la capacidad y la destreza para transmitir esas vidas, debe de haber en ellos un secreto, un pacto, una plena seguridad de que con eso se compran un pasaje al mejor de los mundos, crean en el que crean, porque éste es teatro para nosotros, personas con pocos, medianos y muchos estudios o recursos. Es para que todos podamos apreciar cuán parecidos somos en tantas cosas; porque mi lágrima no se diferenciaba de la del señor mayor que sollozaba quedamente a mi lado, ni la de su acompañante de quienes estaban en la filas por delante y detrás. Y nuestras risas eran también surgidas de un mismo caldero, el de ¡qué bonito fue vivir lo vivido!, con todo lo difícil que fue por momentos. ¡Cómo se empequeñece la tristeza ante la alegría de haber sido querido!
Hoy no me puedo levantar. Y no es el título del último espectáculo que he visto. Es sábado y no salí de la cama, ni mi mujer, entre recuerdos de nuestra casa y el ir creciendo en fotos de nuestros hijos, hoy ya grandes. Yo y la mili (el burro delante, por supuesto); y las cartas de mi padre y su prodigiosa caligrafía, los dibujos de mi madre (mi Nana particular), mi historia pequeña, la de uno más, pero no. Sonriendo, lagrimeando, sonriendo, lagrimeando, como en la obra. Lo intocado, y el miedo a que toda esa ternura (seca de mi padre, húmeda de mi madre, sus luces y sus sombras, sus bondades y rigores, sus malabarismos para sacarnos buenos a los cuatro hermanos; sus inquietudes, las seguridades con las que nos revistieron, los miedos, fundados y no tanto), se fuese a convertir en melancolía y me doliese y me hiciera retroceder demasiado en la búsqueda estéril de un tiempo que ya no es, no se instaló en nuestra cama, porque mis padres eran buena gente como los que estuvieron ahí, el jueves, arriba del escenario. Mi madre piaba por el teatro. Mi padre era de baloncesto y periódico; pero de haber visto esta obra, hubiera comprendido ese otro amor de mi madre. Chema me pidió que escribiera lo que sentía y que se lo enviara en agradecimiento a su consejo. Nobleza obliga. Gracias. Extraordinaria obra y como postre: Casa Paco. Noche redonda entre amigos. Acabo de leer lo de la psicóloga (Patricia). Está muy bien, es parecido mi sentimiento, aunque no lo diga tan bellamente.
A.C.B.D.
May 21, 2010 at 1:38 pm
Porque una madre es una madre.
Nada más cierto que una madre quiera explicárselo todo, todo, todo, a su hijo de once años, incluso aquellas cosas que no entiende pero de las que sabe cómo hacerse la escurridiza para dejarle satisfecho. Así es la madre de «Por el placer de volver a verla» de Michel Tremblay, una cosa tan asombrosamente tierna que da pena que se vaya del escenario y se convierta de nuevo en Blanca Oteyza. En esta obra se tiene en cuenta sólo lo que es más auténtico en el hombre, esa pasión por amar de verdad. La obra de Tremblay es un mentís a los ajustes de cuentas que muchos artistas han realizado con sus progenitores, como el caso de Jules Renard y su «Pelo de zanahoria», o la «Carta a mi madre» de Georges Simenon, en la que el escritor se lamenta de haber recibido todos los elogios del mundo por parte de los extraños, pero nunca de su propia madre; o la tristeza de Paul Auster hablándonos de un padre de pedernal en «La invención de la soledad». Tremblay nos lleva a un punto donde todos convergemos: la madre es insustituible, no por unas virtudes específicas sino por ese lazo invisible de pertenencia con su hijo, que el parto no logró desligar. Solá y Oteyza son la pareja de actores más importante del panorama iberoamericano. Solá tiene tanta verdad en el arranque de la obra que rompe la ligera membrana de la magia que separa el arte de la realidad. El espectador se ríe con esta comedia de verdades no tanto por las muescas de humor de la obra, sino por la verosimilitud en la interpretación de los actores. Anna Caballé cuenta que el escritor Albert Cohen se desesperó cuando su madre murió en Marsella bajo la ocupación nazi, mientras él estaba inmovilizado en Londres. Como no puede acompañarla en sus últimos momentos, escribe «El libro de mi madre», donde vuelca todo su desconsuelo por la pérdida. En cambio, Tremblay nos puede traer de nuevo a la madre fallecida, gracias al sortilegio del teatro. La obra acaba de terminar funciones en Madrid y empieza a hacer «bolos» por toda España, atentos. Agustín Guzmán del Buey
May 21, 2010 at 1:44 pm
Excelente. Preciosa obra,generosamente bien interpretada. Qué bien nos hizo a mi hijo y a mí estar allí, juntos. La recomiendo. La recomiendo. La recomiendo. Ya soy incondicional de esa propuesta. Volveré a verla cuantas veces la vea anunciada. Gracias, Héctor, por haberme aconsejado ir con Pablo. Qué noche más bonita. El Quijano, de bote a bote, y los amigos y los no tanto con cara de haber visto un ángel. Gracias, gracias, actores, técnicos y Ayuntamiento, habéis acertado todos esta vez. María. Precioso el comentario de Guzmán. Me gustaría escribir como él, pero a mí me pasaron cosas inolvidables aunque no las sepa escribir. También el de Alberto y el de Patricia. Y, Maxi, mi niño y yo también lloramos, tomados de la mano. Un abrazo a todos. María.
May 21, 2010 at 1:54 pm
Excelente tu página, Manu. Te estás acompañando de buenos lectores de tus notas y de buenos narradores que las complementan. Vi la obra y conmueva tal como lo cuentas. Ya había disfrutado de ellos en Adán y Eva (colosales; aquí no desmerecen lo hecho allí), y siempre las segundas partes son complicadas, pero lo han logrado otra vez. Habrá que darles crédito. A tu amigo Maxi, no, por ejemplo, porque jamás se animó a explicar en su blog qué le había sucedido con la obra y su llanto, aunque admita lágrimas allí, al comienzo de la página. También lloré y mucho. Vaya a saber, ¿no?…
Un abrazo. A. C. B.
María: te expresas muy bien, no tienes nada que envidiar a nadie. Enhorabuena a todos.
May 21, 2010 at 2:04 pm
Copié éstos extractos de críticas de la obra, que vienen a coincidir con el gusto de Manu, y, de todos los que hasta ahora hemos entrado en su página por ésta razón: ayudar al teatro, y, si es posible, ayudar al buen teatro. Y como he visto reanimarse la página tras muchos días de secano, me incorporo de ésta manera. Por el placer de volver a verla lo merece, y todos los que la hacen, mi marido trabaja con ellos y los adora, además, por buenas personas y currantes y porque le han puesto el pecho a todas las adversidades posibles. Así que… ahí van los «especialistas» de la cosa… Besos. Ana.
“No es una obra para alargar la tarde ni para matar el rato. Es una pieza redonda. Para reír, para llorar, para pensar.” Calidad y sensatez. Mikel Bilbao. EL CORREO VASCO DE VITORIA.
“Trazos llenos de ternura, de humor, de mimo, de cariño, de melaza, de amor, que dibujan un lienzo acariciador en el que ella es un torrente de simpatía y exageración, y él un hombre que pasa de la infancia a la madurez marcado por esa especialísima relación.” Por el placer de volver a verlos. Julio Bravo. ABC.
“…Y por encima de cualquier aspecto del montaje, está el más rotundo y atractivo: la excelente interpretación de dos actores.” Entre la verdad y la realidad. Rosana Torres. EL PAÍS.
“Esta obra aprovecha la magia que un escenario puede ofrecer para ir transportando a personajes y público a través de pequeñas y paradójicamente profundas emociones.” ¡Mágico teatro! Óscar Romero. DIARIO SUR.
“El trabajo del equipo creativo de esta pieza no hace otra cosa que aportarnos convicciones. Los dos actores van presentando sus personajes con tal solvencia y cercanía que acaban emocionándonos constantemente. Esta bella historia, tan bien contada, bajo una dirección esencialmente cautivadora, nos arrulla, nos compromete, nos arrebata y nos emociona.” Mamá en el Paraíso. Carlos Gil Zamora. REVISTA ARTEZ DE BILBAO.
“Teatro sencillo y de emociones, directo al estómago. Aquí se han unido dos magníficos actores, con mucha, pero mucha química, tanta como un talento expresado en común.” La química de Oteyza y Solá. M.E.D. / L.C. TRIBUNA DE SALAMANCA.
“Solá y Oteyza, aquí hijo y madre, muestran otra vez su buen hacer y su química. Muchos y cálidos aplausos.” Una madre muy especial. Julia Amezúa. ABC VALLADOLID.
“Solá se mostró enorme, y Oteyza se agrandó en cada escena en la que insuflaba vida a esa madre que fue todas las madres.” Morirse es una estupidez. Saúl Fernández. LA NUEVA ESPAÑA DE AVILÉS.
“Magistralmente interpretada, la función se transforma en un viaje a lo más profundo del corazón humano.” Por el placer de verlos. Walter C. Medina. Y MÁLAGA.
“Medios tonos, delicadeza. Y siempre perfeccionismo. El placer, en compañía de la palabra teatral, tiene en Tremblay, en Solá y en Oteyza a tres cumbres.” La difícil sencillez. Pedro Barea. EL CORREO VASCO DE BILBAO.
“Un teatro intimista y de sentimientos, con sensibilidad, sencillez y suave humor, que se dirige a toda clase de espectadores y homenajea a aquello que dota a la vida de sentido para dejar en el espectador ganas de volver al teatro.” El placer del público. Marc Llorente. INFORMACIÓN DE ALICANTE.
“Hay belleza en la simplicidad cambiante, en las emociones contenidas y hay una belleza emocional en la interpretación en verdad apabullante. El placer de volver a verla es el placer de la interpretación y no sólo por parte de Solá, un verdadero crack de la escuela argentina depuradísima; Oteyza, está, en términos coloquiales, que se sale. Gracias por el inmenso placer de volver a veros.” Don y virtud del arte de interpretar. Javier Villán. EL MUNDO.
May 21, 2010 at 2:13 pm
Excelente tu página, Manu. Te estás acompañando de buenos lectores de tus notas y de buenos narradores que las complementan. Vi la obra y conmueva tal como lo cuentas. Ya había disfrutado de ellos en Adán y Eva (colosales; aquí no desmerecen lo hecho allí), y siempre las segundas partes son complicadas, pero lo han logrado otra vez. Habrá que darles crédito. A tu amigo Maxi, no, por ejemplo, porque jamás se animó a explicar en su blog qué le había sucedido con la obra y su hora de llanto, aunque admita lágrimas allí, al comienzo de la página. Me hubiese gustado que lo pusiera en palabras. También lloré y mucho. Vaya a saber, ¿no?…
Un abrazo. A. C. B.
María: te expresas muy bien, no tienes nada que envidiar a nadie. Enhorabuena a todos.
May 21, 2010 at 2:19 pm
Gracias, Alberto. Me encanta estar ahí, arropada entre ustedes. Hablando de cosas sentidas. Hay tan pocas «murallas chinas» (dice Pablo que me parezco mucho a Nana, yo supongo que la mayoría de las madres, ¿no?) donde escribir eso que una siente y saber que alguien lo lee y comenta… Gracias.
May 21, 2010 at 2:55 pm
Muchas gracias a todos por los comentarios. Es un lujo poder escribir sobre teatro en el blog y hablar de ello en mi programa de radio. Gracias. manu
May 21, 2010 at 3:28 pm
Es que nos gusta tu pluma, Manu. Hablas de hechos que valen la pena; y escribes con el corazón y te ayudas con la cabeza. Hay gente que se olvida de alguno de ellos por el camino. Hoy es un lindo mayo, de esos mayos en que el calor empieza a insinuarse tardíamente. Es un día a tu salud. ¡Viva Gente con Duende! Seguiremos.
May 21, 2010 at 9:41 pm
Torrelodones: teatro Bulevard a tope. Todos de pie. Tuvieron que salir a saludar seis veces. De las quinientas y tantas personas que habían, cien, o más éramos argentinos. Podríamos haber ido el doble, pero, desde el lunes no quedaban localidades. Se quedó mucha gente afuera, tendrían que haber hecho, como poco, dos funciones. La obra: una maravilla. Soy amigo de Patri, la psicóloga que escribió el otro día lo de «siempre se vuelve al primer amor». ¡Cuánta razón tiene! Me muero por ver a mi vieja después de haber visto la obra. Solá es un mosnstruo y la gallega un portento. Que les dure tanto como El Diario que también fue colosal. Un abrazo a todos, y a vos Manu por darnos la oportunidad de encontrarnos acá en tu blog. Remo.
May 21, 2010 at 9:45 pm
¡Buenísimo! Es un trabajo buenísimo. Me maté de risa y me morí llorando. ¡Qué noche!
Pero todos estábamos así, no sólo yo, ¿eh?. Los de aquí también lloraba, mujeres y hombres. ¡Qué bien nos la pasamos en ese teatro, y tiene razón mi amigo Remo, tendrían que haber hecho más funciones. ¡Viva el buen teatro! Juan Ramón
May 22, 2010 at 10:09 am
Un año más Loquibandia nos hace un regalo. Anteriormente fue El Diariod e Adán y Eva y Gatas. Ahora nos brinda la oportunidad de ver «Por el placer de volver a verla», una obra de teatro puro: dos actores, los elementos justos que necesitaban en cada escena (que se colocaban a la vista), un ciclorama que cambiaba de color en cada escena y aportaba el elemento estético y un texto increíble del que brotaba la más emocionante y cotidiana verdad interpretada con extraordinaria sinceridad por estos grandes actores. La apropiada música pone la guinda a esta oda a una madre, a este dulce que tiene el ingrediente secreto de las obras maestras: el don de llegar a todo el mundo.
Esto ha dicho la crítica:
“No es una obra para alargar la tarde ni para matar el rato. Es una pieza redonda. Para reír, para llorar, para pensar.” Calidad y sensatez. Mikel Bilbao. EL CORREO VASCO DE VITORIA.
“Trazos llenos de ternura, de humor, de mimo, de cariño, de melaza, de amor, que dibujan un lienzo acariciador en el que ella es un torrente de simpatía y exageración, y él un hombre que pasa de la infancia a la madurez marcado por esa especialísima relación.” Por el placer de volver a verlos. Julio Bravo. ABC.
“…Y por encima de cualquier aspecto del montaje, está el más rotundo y atractivo: la excelente interpretación de dos actores.” Entre la verdad y la realidad. Rosana Torres. EL PAÍS.
“Esta obra aprovecha la magia que un escenario puede ofrecer para ir transportando a personajes y público a través de pequeñas y paradójicamente profundas emociones.” ¡Mágico teatro! Óscar Romero. DIARIO SUR.
Intentaré «tripitirla» en Toledo.
De verdad, no os la perdáis.
junio 17, 2010 at 8:11 am
Acostumbrados como estamos al estrépito del insulto, el menosprecio, la traición admitida como normalidad, la mentira, la perversidad, la política del reírse del disminuido, del pobre, del más pequeño, del menos fuerte, puede parecer hasta antigua, Por el placer de volver a verla, una obra de televisión en blanco y negro, o con censura. Pero lo público y lo privado revisten ciertas sorpresas. En el ámbito privado, mi vida, hasta los veinte y pocos, se desarrolló entre seres más parecidos a los de la obra que a los de la realidad televisiva. Seres de carne y hueso y corazón y besos y achuchones. Seres del alma. Y el problema es ése: esta función transcurre en el terreno de la felicidad compartida. Nadie pelea aquí para ocupar un espacio que no le pertenece, por trepar a una fama inmerecida, ni recibir un premio a la nadería. No hay amenazas, ni amedrentamientos, ni imposiciones, ni salvajadas ‘normales’. Ni en el principio, ni en el medio, ni en el fin de la obra, suceden las horrorosas ‘normalidades’ con las que la vida nos despierta y duerme todos los días, aplicándoles un código de atenuantes dentro de la “norma normal” a seguir. Aquí ganan todos, los personajes y los espectadores; dije: ganamos todos. ¿En qué? En comprensión. No hemos vivido en vano. Hay obras de teatro en las que se te obliga a pensar, y hay obras de teatro en las que se te obliga a no pensar. De este último tipo podemos distinguir las que no te dan nada a cambio de las que, a cambio de no pensar, te ofrecen actividad emocional, y esa actividad emocional tiñe el todo de sensaciones inexplicables. En el momento, inexplicables. Te remueves por dentro, presintiendo, intuyendo, liberando cargas, yendo hacia donde van los que cuentan la obra. Luego, al terminar, cuesta decir algo de ella. Aplaudes, suspiras, tragas sal, sonríes bobamente. El mundo enorme de las cosas pequeñas se evidencia de tal manera, que pagarías por estar sola. Algo pasó, algo sigue estando. Yo no sé exactamente qué me sucedió con Por el placer de volver a verla. Estuve allí, pero no era yo hoy, sino yo en un tiempo en que creía en Dios, y en la hadas, y en el amor a toda prueba. El tiempo me borró a toda la familia y tuve que aprender a creer de otra manera. A eso se le llama crecer. Cambié comidas, bebidas, lecturas, hábitos, me enredé en tantas cosas que la vida terminó siendo otra a la fuerza. He vivido esa vida muy bien, no me quejo. Pero apareció Por el placer de volver a verla, y volvió mi blanco y negro. Nostalgia. Ha sido eso. Me envolvió la nostalgia. Y la necesidad de recuperar ese tiempo feliz e innombrable de Isabel y amigarlo con esta Isabel que soy hoy. Nostalgia y ganas de escribir. Disculpar. Isabel.
julio 30, 2010 at 1:16 pm
Una maravilla de función. La vida pasando como una luz, esa que ilumina las treinta cosas importantes, las mil palabras que nos dieron la vida, la identidad y la belleza de la comprensión. Noche inolvidable para muchos. Ella y él nos han arrebatado con su arte en el escenario, y, más tarde, con su sencillez a la salida del teatro Borràs. Ha sido una noche de alegría por muchas razones; el saber que la vida vale la pena, pase lo que pase, la primera. Helena.